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El crecimiento es en el último año, en mujeres de 13 a 21 años de edad atendidas por relaciones violentas.

El día en que Mariana Elías cumplió 31 años, su novio -del que se había distanciado un mes antes- la esperó con un regalo: la invitó a su casa, la golpeó, la arrastró de los pelos, le pegó patadas en el cuerpo, le saltó en el estómago, le rompió el bazo y la torturó con una picana eléctrica. Mariana se salvó y el jueves fue dada de alta pero su historia dejó en evidencia que no siempre hay que tener hijos, depender económicamente o convivir para quedar atrapada en la telaraña: que la violencia, muchas veces, toma carrera desde el noviazgo.
Las últimas cifras del programa «Noviazgos violentos», que pertenece al ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad, mostraron que la cantidad de chicas de entre 13 y 21 años atendidas por relaciones violentas se duplicaron en un año.
«Si una mujer queda atrapada en una red de violencia es porque ha habido un proceso. No ocurre, como muchas creen, que conocen a un hombre y al día siguiente les pega», explica María Beatriz Müller, psicóloga de Salud Activa, una fundación que trabaja con víctimas de violencia. «La violencia suele arrancar en el noviazgo. Muchas creen que cuando se casen él se va a calmar o cuando tengan un hijo se le va a pasar. Pero después, cuando dependen económicamente de ese hombre o tienen hijos, es mucho peor. La violencia siempre va increscendo»
Existe un «Violentómetro» para que las mujeres comiencen a tomar conciencia de la violencia. En color amarillo, marcaron las primeras señales: me hace bromas hirientes, me chantajea, me miente, me engaña, me ignora o me somete a la ley de hielo (no me habla). Pero el amarillo se va poniendo más oscuro: me hace escenas de celos, me echa la culpa de todo, me descalifica, me ridiculiza en público, me ofende, me humilla delante de todos, me intimida, me amenaza. El termómetro se va poniendo de color fucsia: me controla la ropa que uso, los mails y el celular y me prohíbe que vea amigos, me rompe mis cosas, me acaricia de forma agresiva, me golpea «jugando», me pellizca, me empuja, me patea, me encierra. Cuando el color ya se pone violeta oscuro, sólo faltan las amenazas, las relaciones sexuales por la fuerza, la mutilación y el asesinato.
«No saben porque la estructura del enamoramiento en la adolescencia es así: idealizan el amor y no registran la violencia. Creen que si las celan, no las dejan maquillarse o les revisan el Facebook, es porque las quieren mucho». Su compañera, Ada Rico, agrega: «Esta es la etapa de rebeldía y por eso los padres tienen que ser muy cuidadosos para que la joven no termine creyendo que sólo la quieren separar de él y acaben empujándola hacia el agresor.» La acción es difícil de abordar. Por eso, la Casa del Encuentro ya armó un grupo para padres y amigos de adolescentes víctimas de noviazgos violentos.
Nosotros creemos en la Paz, abogamos por una sociedad, donde estas estadísticas comiencen a bajar, tratamos de enseñar y ayudar a las personas que están sumidas en relaciones violentas. Sabemos que vivimos en una sociedad violenta, las expresiones a través de las redes sociales, son una muestra de ello; la violencia que existe en el fútbol; en una esquina entre dos automovilistas exaltados, la violencia verbal de un líder político a otro; en los colegios; este maldito bullying.
La violencia no solo te condena a vos, sino también a las generaciones que vienen, ya que al vivir la violencia, expresaran violencia. Por una sociedad en paz, amor, justicia y verdad. Es nuestro anhelo.
Fundación Alas de Águila