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El Diccionario de la Real Academia Española, nos dice que la esperanza es el estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.
La esperanza es un detonante. Cuando la tenemos se desencadena en nosotros un deseo por luchar; un ánimo especial para afrontar cada una de las actividades cotidianas, incluso las más difíciles. Ella nos permite adquirir el fuerte deseo de seguir adelante cuando nuestras fuerzas nos abandonan; nos moviliza la voluntad necesaria para no renunciar a nuestros sueños, aun cuando el camino sea cuesta arriba.
La esperanza es una disposición del carácter para hallar soluciones y dar la bienvenida a algo nuevo. Cuando la vivimos a fondo nos sentimos alegres e incluso en situaciones muy difíciles, pues sabemos que llegarán a término y tienen un propósito para nosotros.

La esperanza como valor en acción sirve como una plataforma para esforzarse con entusiasmo, trabajar con entrega y alegría en la búsqueda de los sueños y comenzar de nuevo cuando todo parece perdido.
La esperanza tiene que ver con la FE. Esa confianza de saber que los problemas no son eternos, que las heridas se curan y las dificultades se superan.
Cuando tenemos FE se apodera de nosotros la convicción de que lo que todavía no vemos “ya está”. Creer es la base de la esperanza. Convicción y certeza es el sustento de la fe. Todo lo que nos sucede tiene una finalidad. 
La esperanza renueva nuestras fuerzas y las refresca para el diario vivir. 
Se pone de manifiesto cuando nos enfrentamos a sucesos nuevos y desconocidos.
La esperanza nos inspira, además, a una vida de perseverancia… es decir a recuperar el equilibrio después de cada caída.
La esperanza sana el alma desalentada. Cuando parece que no hay salida, allí aparece esa luz que nos ayuda a ver mejor las cosas. Por eso debemos buscarla, crearla, apegarnos a ella y defenderla de quienes por haberla perdido, intentan desacreditarla.

Si vemos a la Esperanza como un proceso de crecimiento, podemos ver que crecer es una forma de aprovechar el tiempo, cada cosa que nos acontece, ponerla al servicio de la vida. 
Una planta crece (¿por ello será que la esperanza se la simboliza con el color verde?) y atraviesa en el proceso, dificultades y situaciones que la fortalecen o la debilitan, esto se ve luego en sus frutos, en el  transcurso de su vida, a diferencia del hombre, quien es capaz de un Crecimiento absoluto, interno, integral, de espíritu, alma y cuerpo y que debe desafiarse en cada etapa, a ir por más. 
La esperanza, como ese proceso de desarrollo pleno tiene que llevarnos a no conformarnos, a no bajar los brazos, a trabajar cada tropiezo como un escalón, a ver el aporte que cada situación, trae a la vida. Por eso, la esperanza se corresponde con una forma de vivir el tiempo que pasa y esto es el crecimiento. 
Completamente distinta es la idea del transcurso de la vida, esperando que las cosas sucedan, con sólo anhelos, pero con poca garra de concretar, revertir o construir soluciones y proyectos.
Crecer: es el modo más intenso de aprovechar el tiempo. Es activo.
Esperar: es la manera de aguardar en el tiempo. Es pasivo
Si como éstos seres íntegros que somos, las personas nos ponemos a reflexionar y a hacer un balance de nuestra vida, seremos conscientes que no basta con desear o esperar que las cosas sucedan, sino que hay también una responsabilidad en cada uno en trabajar por lo que se anhela, hay que restituir situaciones poco agradables, hay que esforzarse por aplicar todo lo que fue entregado para el crecimiento: las capacidades del espíritu, del alma y del cuerpo.
Finalmente esto dará como resultado que no se trata únicamente de nosotros, de alcanzar nuevos horizontes, de tener esperanza en todo lo bueno que deseamos para nosotros; sino que se trata de dar. ¡Sí!, esperanza es también dar, porque en esa búsqueda de soluciones, anhelos y nuevas perspectivas vamos a impactar en el otro, vamos a modificar al otro, vamos a hacer algo por el otro. 
La  esperanza en definitiva, nos ayuda a crecer.